Tercera entrega de la serie: Oriente contra Occidente: una historia milenaria de poder y representación
Introducción
El conflicto entre Oriente y Occidente, tantas veces interpretado como una tensión cultural o religiosa, ha sido en realidad un espejo prolongado de representaciones, temores y aspiraciones. Si las guerras médicas dieron origen al relato de la libertad frente al despotismo, y si la Roma imperial trazó los límites de su poder ante la resiliencia del Este, el mundo moderno ha heredado ese lenguaje. Pero lo ha revestido de nuevas formas: imperios coloniales, revoluciones islámicas, guerras globales, políticas de contención y alianzas estratégicas.
En esta tercera y última entrega, nos situamos en el presente. La historia antigua no ha desaparecido. Sigue latiendo, reformulada, en los discursos, en las decisiones diplomáticas, en las guerras por poder y petróleo. Oriente no es solo un lugar: es una categoría geopolítica. E Irán, como antes lo fue Persia, es su símbolo más perdurable.
I. Bizancio y el amanecer del islam: la frontera se transforma
Tras la caída del Imperio romano de Occidente, la frontera entre Oriente y Occidente se trasladó a Bizancio. Allí, bajo el nombre de Imperio Romano de Oriente, sobrevivió una versión cristiana, griega y profundamente romanizada del antiguo mundo. Pero pronto surgió una nueva fuerza: el islam.
El surgimiento del islam en el siglo VII marcó un nuevo capítulo en la larga confrontación. La expansión del Califato, primero Omeya y luego Abasí, rompió los equilibrios tradicionales. Jerusalén, Damasco, Bagdad, El Cairo: nuevas capitales del poder oriental surgían, y con ellas una nueva forma de civilización.
El islam no fue solo una religión, sino una arquitectura cultural, legal, política y económica. Su expansión llevó al límite al mundo bizantino, y generó las primeras respuestas armadas de Occidente: las cruzadas. A partir de entonces, el lenguaje de la lucha sagrada se impuso en ambos lados. No se trataba solamente de territorios, sino de cosmovisiones.
II. Las cruzadas y el trauma compartido

Durante dos siglos, los ejércitos cristianos avanzaron hacia Jerusalén. Las cruzadas, aunque narradas muchas veces como empresas gloriosas, dejaron tras de sí cicatrices profundas. Para el mundo islámico, fueron invasiones, saqueos, violencia vestida de piedad. Para Europa, fueron la expresión de una voluntad unificadora que solo pudo sostenerse mientras duró el fervor religioso.
En ese periodo se afianzó la imagen del Otro como amenaza. El musulmán era retratado como enemigo de Dios, y el cristiano como liberador. Este discurso, profundamente ideológico, sobrevivió al fin de las cruzadas. Cuando el Imperio Otomano ocupó Constantinopla en 1453, y se extendió hacia los Balcanes, el temor a una nueva expansión oriental volvió a instalarse en la mente europea.
La modernidad, sin embargo, trajo consigo otras formas de dominación: la colonización.
III. Oriente bajo dominio: colonialismo y fragmentación
A partir del siglo XIX, las potencias europeas comenzaron a dividir y ocupar el mundo islámico. Francia en el Magreb, Inglaterra en Egipto, India y Mesopotamia, Rusia avanzando en Asia Central. Se impuso un nuevo tipo de poder: el político-administrativo. Oriente fue desarticulado desde dentro: se trazaron fronteras artificiales, se impusieron gobiernos afines, se explotaron recursos.
Esta etapa dejó una huella profunda. Las independencias del siglo XX no curaron la fractura. En muchos casos, los nuevos Estados fueron frágiles, y las viejas potencias continuaron interviniendo mediante otras formas: golpes de Estado, alianzas militares, espionaje, influencia cultural.
Y en este contexto, surgió Irán.
IV. Irán: de imperio a república revolucionaria
Irán es uno de los pocos países que puede rastrear una continuidad histórica desde el mundo antiguo. Antigua Persia, transformada con la islamización, atravesó siglos de transformaciones. En el siglo XX, tras una monarquía aliada con Occidente, llegó la Revolución Islámica de 1979.
Esta revolución fue, en muchos sentidos, la respuesta del Oriente político y religioso ante siglos de intervención. El Ayatolá Jomeini no solo expulsó al sha. Reinstaló una forma de soberanía basada en la teocracia, pero también en un discurso de resistencia: Irán como bastión contra el imperialismo occidental.
Desde entonces, Irán ha sido percibido por las potencias occidentales —especialmente Estados Unidos e Israel— como una amenaza. La guerra con Irak en los años ochenta, las sanciones, el aislamiento diplomático, el conflicto nuclear: todo ha reforzado esa percepción. Para Irán, el mundo occidental es el nuevo imperio. Para Occidente, Irán es la nueva Persia.
V. Israel e Irán: un conflicto que revive la historia
La enemistad entre Israel e Irán no se entiende sin contexto. Israel, fundado en 1948 tras el horror del Holocausto, nació en tierras reclamadas también por los pueblos árabes. Desde su origen, ha debido consolidar su existencia mediante guerras, tecnología militar, y una poderosa red diplomática.
Irán, tras la revolución, dejó de reconocer a Israel. Lo considera un instrumento del imperialismo occidental. Por su parte, Israel ve en Irán una amenaza existencial, sobre todo por su programa nuclear. Los ataques cibernéticos, las operaciones secretas, los bombardeos indirectos vía Siria o Líbano, forman parte de un enfrentamiento que, sin estallar en guerra total, se encuentra en constante tensión.
Este conflicto revive, de forma simbólica, la vieja confrontación entre dos modelos: uno liberal, occidental, con raíces judeocristianas; otro religioso, oriental, basado en el islam chií y en una memoria histórica de resistencia.
VI. Más allá de los muros: el futuro de la frontera
La frontera entre Oriente y Occidente ya no es geográfica. Es simbólica, cultural, estratégica. Pasa por los satélites, los algoritmos, los bancos de datos, las redes de alianzas. Pero sigue existiendo.
Oriente no ha sido conquistado. Ha sido interpretado, intervenido, idealizado, temido. Y en esa dialéctica, Occidente también se ha transformado. Porque cada vez que define a su Otro, redefine su propia imagen.
Irán no es simplemente un Estado. Es la encarnación contemporánea de una larga tradición. Lo fue Persia para los griegos, Partia para los romanos, el Califato para Bizancio, el islam para los cruzados, el Oriente colonial para Europa. Y lo es hoy para la OTAN, para Israel, para los discursos que intentan reducir el mundo a dos polos.
Pero la historia es más compleja. Y es tarea del pensamiento histórico —el que defiende Anabasis Project— deshacer las simplificaciones, iluminar los matices, abrir los caminos del diálogo.
Epílogo. Cuando el pasado no ha terminado
Las guerras médicas no concluyeron en Platea. La campaña de Alejandro no terminó en Babilonia. Roma no dejó de soñar con Partia. Las cruzadas no terminaron en Jerusalén. Y el conflicto actual entre Irán e Israel no es nuevo. Es el capítulo más reciente de una historia larga, profunda y, por momentos, trágica.
Pero también es una oportunidad. Comprender el pasado no es solo un ejercicio de erudición. Es una forma de desactivar el odio, de construir nuevas narrativas, de imaginar futuros más humanos.
Que esta serie haya contribuido, aunque sea un poco, a ese propósito, es ya motivo de esperanza.
Anabasis Project
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