Adoptar la inteligencia artificial sin tardanza: un deber de las universidades públicas latinoamericanas

La historia nos enseña que las civilizaciones que prosperan son las que aprenden a tiempo a usar las herramientas decisivas de su época. Lo fue la escritura, lo fue la imprenta, lo fue la electricidad, lo fue internet. Hoy, esa herramienta se llama inteligencia artificial. No es una varita mágica, tampoco es un oráculo infalible: es una alianza entre nuestra inteligencia y nuevas formas de trabajar con la información. Y, como toda herramienta poderosa, exige ética, método y liderazgo.

Este artículo es una invitación —y, si se me permite, una urgencia— a que las universidades públicas de México y América Latina adoptemos sin tardanza la inteligencia artificial en la formación de historiadores y científicos sociales, desde licenciatura hasta doctorado. Si lo hacemos bien, ganaremos productividad, abriremos nuevas preguntas y aportaremos más y mejor conocimiento a nuestras sociedades. Si tardamos, nos quedaremos mirando pasar el tren del futuro desde el andén.

1. ¿Por qué ahora?

Porque nuestros estudiantes ya viven en un mundo donde la información desborda. La IA no viene a reemplazar la lectura, la crítica o la escritura; viene a ayudarnos a ordenar el ruido, a explorar corpus gigantescos, a transcribir más rápido materiales que antes nos tomaban meses, a comparar versiones, a encontrar patrones que, a simple vista, se pierden. El valor del historiador y del científico social no disminuye: se desplaza hacia tareas más altas —interpretar, contextualizar, explicar— mientras delegamos a la máquina la parte repetitiva.

La pregunta no es si “debemos” usarla, sino cómo la usaremos. Y aquí está la respuesta: con reglas claras, con verificación de lo que produce, con transparencia hacia lectores y comunidades.

2. Lo que gana la formación humanista y social

Aquí una lista no exhaustiva de lo que ganaremos en la formación universitaria y en el ejercicio de nuestras disciplinas si adoptamos la IA:

  • Más tiempo para pensar. Si una herramienta nos ayuda a preparar una transcripción o una cronología preliminar, el docente y el estudiante ganan horas para leer con calma, contrastar fuentes y madurar argumentos.
  • Más alcance y equidad. Facultades, departamentos o institutos con menos recursos pueden acceder a apoyos inteligentes para traducir materiales, resumirlos en diferentes niveles de lectura o construir mapas básicos. La IA democratiza la entrada al análisis.
  • Más preguntas nuevas. Al tener la capacidad de ordenar grandes volúmenes de documentos, con ayuda de esta herramienta, veremos aparecer regularidades y vacíos que invitan a nuevas hipótesis. La creatividad se alimenta de buenos insumos, no de tareas mecánicas.
  • Mejor divulgación. La IA puede ayudarnos a producir material didáctico más claro (glosarios, líneas de tiempo, infografías) que acerque la investigación a públicos amplios, sin traicionar el rigor.

Nada de esto sustituye el corazón del oficio: verificar, citar, debatir, escribir bien. La IA es un tallerista incansable; la voz y el criterio siguen siendo humanos.

3. Ética práctica: tres principios sencillos

A falta de una legislación nacional sobre el uso adecuado y respetuoso de esta herramienta como ya lo ha hecho la Unión Europea, podemos comprometernos a adoptar tres principios básicos y sencillos:

Privacidad. No subir a ninguna herramienta material sensible sin permisos y sin cuidar la identidad de las personas.
No discriminación. Revisar que nuestros corpus y resultados no invisibilicen regiones, acentos o comunidades. Si el material es limitado, hay que decirlo y delimitar lo que podemos concluir.
Explicabilidad. Mostrar de dónde sale cada afirmación: qué documentos se consultaron, cómo se verificó. Si no hay fuente, simple y sencillamente no se publica.

La ética no es un adorno, es lo que hace confiable nuestro trabajo frente a estudiantes, colegas y sociedad.

4. Propuesta de un plan sencillo para universidades públicas

1) Declaración institucional.
Cada Departamento, Instituto o Facultad debe publicar, en lenguaje claro, para qué usará la IA y cómo la supervisará. Es importante que todo el mundo sepa las reglas del juego.

2) Alfabetización básica para todos.
Es necesario impartir al menos un curso corto, común, sin tecnicismos, sobre qué puede y qué no puede hacer la IA; cómo verificar; cómo cuidar datos; cómo citar. Que un estudiante de primer semestre sepa usarla con responsabilidad.

3) Talleres por disciplina.
Cada disciplina debe tener su propio taller: historia, sociología, antropología, comunicación… Cada carrera debe hacerlo con ejemplos concretos: uso de la herramienta para transcribir un periódico antiguo, armar una línea de tiempo, verificar discursos, comparar encuestas, preparar una entrevista, escribir una nota de divulgación.

4) Presencia Humana siempre.
Toda pieza que vaya a evaluación o publicación debe pasar siempre por revisión humana y firma responsable. Nada de delegar decisiones sustantivas a una herramienta.

5) Transparencia con lectores.
Si un documento o un material didáctico fue asistido por IA, hay que decirlo y explicar cómo se verificó. La confianza se gana con claridad.

6) Pequeños laboratorios de prueba.
Es importante crear laboratorios específicos para probar diversas maneras en el uso de la IA. No se trata de construir grandes edificios ni de utilizar presupuestos descomunales para esta tarea. Con equipos modestos y bibliotecas fortalecidas, podemos montar laboratorios que documenten paso a paso lo que hacen utilizando esta herramienta, que midan su calidad y que compartan buenas prácticas.

7) Alianzas.
Un punto fundamental es trabajar en equipo, no aisladamente. Trabajar con archivos, bibliotecas, editoriales y otras universidades de la región. Compartir metodologías, repertorios de documentos y recursos. En red llegamos más lejos.

5. Responder a los temores legítimos

Siempre, con la llegada de nuevas herramientas o tecnologías, han surgido y siguen apareciendo muchos temores legítimos a los que hay que responder con seriedad y respeto:

“¿Nos va a volver perezosos?”
Al contrario, si lo hacemos bien nos obliga a ser más exigentes: a justificar por qué aceptamos una afirmación, a revisar fuentes, a escribir con mayor claridad. La pereza es ignorar; la IA, usada con método, exige método.

“¿Nos va a quitar el trabajo?”
Nos cambiará el trabajo. Lo que era mecánico será más rápido; lo que queda —y eso es lo importante— es pensar mejor, enseñar mejor, comunicar mejor. El valor del profesor y del investigador crece cuando se vuelve arquitecto de sentido.

“¿Y si se equivoca?”
Por supuesto que puede equivocarse. Por eso no decide sola. Nuestro compromiso es verificar y documentar. La IA es una propuesta, nosotros somos la conciencia crítica.

6. México y América Latina: el costo de llegar tarde

Cuando una tecnología reorganiza la producción de conocimiento, llegar tarde tiene un precio: menos publicacionesmenos visibilidadmenos influencia en el debate público, menos oportunidades para nuestros jóvenes. La brecha no es solo económica; es intelectual y cultural.

Si otros países forman ya a sus estudiantes en el uso responsable de estas herramientas y nosotros nos demoramos por miedo o prejuicio, ellos producirán más y mejor evidencia, ocuparán espacios editoriales, construirán repositorios que marcarán la agenda de investigación. No se trata de imitar sin pensar; se trata de liderar con método. Resistirse no nos protege: nos retrasa.

7. Un compromiso con nuestra misión pública

Las universidades públicas no son espectadores; son motor de movilidad social, de pensamiento crítico y de cultura compartida. Adoptar la IA con ética es honrar esa misión: formar generaciones que lean mejorescriban mejorverifiquen mejor y sirvan mejor a sus comunidades.

No podemos pedir a nuestros estudiantes que construyan el futuro con herramientas del pasado. Podemos, sí, pedirles rigurosidadhonestidad intelectual y servicio público. La IA, usada con esas virtudes, será un multiplicador de su talento.

En resumen

La inteligencia artificial no sustituye nuestra inteligencia; la amplía cuando la gobernamos con valores. Adoptarla sin tardanza en las universidades públicas de México y América Latina es una obligación con nuestros estudiantes y con nuestras sociedades. Ganaremos tiempo para pensar, haremos más legibles nuestros archivos, abriremos preguntas nuevas y comunicaremos mejor el conocimiento.

La alternativa es clara: cuanta más resistencia opongamos, mayor será el retraso frente a los países y comunidades que ya la integran con seriedad. No dejemos que el miedo nos robe la oportunidad. Hagámoslo con ética, con método y con la convicción de que el conocimiento —cuando se comparte con responsabilidad— mejora la vida de todos.


Aristarco Regalado Pinedo es director de la Revista Letras Históricas del Departamento de Historia; es director de la División de Estudios Históricos y Humanos; es historiador y profesor-investigador Titular, de la Universidad de Guadalajara.


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